DUELO POR SUICIDIO
En los últimos meses el tema del
suicidio se ha asomado con frecuencia tanto en las redes sociales como en las conversaciones
cotidianas, ya sea a raíz de la consumación del suicidio de personajes famosos
ya sea por la percepción de que hay una mayor frecuencia de actos suicidas en
el país (digo percepción porque no manejo cifras ni estadísticas). Se ha
llamado a la concientización sobre el suicidio, a actuar antes del mismo para
prevenirlo, sin embargo hoy voy a hablar del después, de ese después del que
pocos hablan y mucho menos se actúa.
Cuando un ser querido se suicida se abre
un proceso de duelo con características particulares que lo hacen más intenso y
duradero. Hay elementos que cobran una importancia trascendental tales como: lo
ocurrido antes de consumarse el suicidio, la última conversación, como estaban
las relaciones para ese momento, el instante en el que se descubre el cadáver,
las condiciones del mismo, el día e incluso la hora del evento se convierte en ideas
que transitan sin piedad en la mente de quien sufre la perdida y la mayoría
finaliza con un gran sentimiento de culpa por la imposibilidad de evitar la
muerte.
Si bien es cierto que como toda perdida
cumple con las etapas del duelo, en el caso del duelo como consecuencia de un
suicidio la ira propia de estos procesos es más profunda en tanto la persona
duda de la solidez del vínculo de afecto ya sea porque nunca le fue confesado
la intención suicida o porque la decisión de abandonarla fue consiente y no le
importo el sufrimiento que le causaría; pero en paralelo y conviviendo con la
rabia aparece la culpa, por no haberle prestado la suficiente atención y por no
haber detectado las señales que presagiaban lo que ocurriría todo representado
el eterno “si yo hubiese” o “si tan sólo”.
Uno de los síntomas más deteriorantes es
la presencia de imágenes en flashback, experimentadas por quien encuentra el
cadáver, las imágenes en flashback son un fenómeno
que se caracteriza por la repetición espontánea e intensa de hechos sucedidos con anterioridad, que
acuden a la mente bajo la forma de secuencias de imágenes de las experiencias
vividas de una forma más traumática.
A lo anteriormente
descrito se suma el estigma del suicida, desde las creencias religiosas en
cuanto al destino después de la muerte de quien se suicida hasta las
dificultades para hablar del tema por el común de las personas pasando por la
vergüenza que causa el hecho hace que el proceso de duelo se vaya complicando
cada vez más ante lo que se debe buscar ayuda profesional lo antes posible a
los fines de descartar presencia de ideas suicidas en los familiares y evitar
la identificación con el suicida.
Aunque no hay método universal para el
abordaje de ésta eventualidad es conveniente rodearse de personas afectivas y
tolerantes que puedan brindar contención, que no juzguen lo acontecido y sepan
escuchar o tan sólo acompañar; llevar el proceso con calma, no esforzarse en
querer deshacerse del dolor a la fuerza y sobre todo perdonar a quien se fue reconstruyendo
la imagen de la persona amada destruida por el acto suicida haciendo justicia a
toda una vida y no sólo a un momento.
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