DESPEDIDAS
Desde que empezó la ola migratoria en ésta
nuestra Venezuela actual el tema del Duelo Migratorio se montó en la cúspide,
de a ratos de una manera obscena, los “especialistas” saltaron por doquier y la
divulgación de servicios de apoyo y ayuda a migrantes llenaron el espacio de
los medios, nunca antes estuvo tan presente Ulises, Ítaca y Homero.
Cuando estos fenómenos mediáticos suceden me
limito a hablar del tema en cuestión, siento que de tanta exposición éste se vacía
de significado quedando sólo un cascarón pero cargado con el mismo sufrimiento.
Hoy rompo mi propio límite, posterior a otra despedida, para hablar de esa nueva
experiencia que vivirá aquel ser querido que vemos partir y es que cuando se
migra generalmente es en búsqueda de acceso a nuevas oportunidades, con
la partida se deja atrás la infancia y las fantasías, la adolescencia y su
ímpetu, la adultez joven y los planes por cumplir y se llega a esa nueva tierra
con las fantasías, el ímpetu y los planes en mora y en espera de ser ejecutados,
es decir se llega a otras tierras con un saco grande de responsabilidades.
Al parecer la mayoría de los seres humanos estamos preparados para
migrar por aquello de que ascendemos de poblaciones nómadas y deberíamos
llevarlo en nuestro ADN pero también es cierto que esa historia que nos hizo
nómadas nos hizo sedentarios y han sido siglos construyendo esa sociedad y
romper con esa dinámica no es fácil. La llegada a la nueva tierra está llena de
ilusiones con altas cargas de idealización, con el pasar del tiempo y dejando la novedad
atrás y afrontando la realidad aparece la nostalgia, ese sufrimiento causado
por el deseo incumplido de regresar, todo acompañado por una sensación de
tristeza, cambios
de humor, sobredimensión e idealización del país de origen, síntomas de
ansiedad con ideas catastróficas, perdida de sentido, planes y objetivos de la
migración dando inicio al Duelo migratorio.
El Duelo
Migratorio es complejo, ambivalente, está vinculado a experiencias infantiles,
es múltiple ya que se pierden la familia, la lengua, la cultura, la tierra con
sus paisajes, sus colores, sus olores, el estatus social, el contacto con su
grupo étnico y el refugio y sentido de protección; es un proceso dinámico, activo e íntimo que se mueve en una serie
de fases tales como: la negación, la resistencia circunscrita por la protesta y
la queja ante la necesidad de adaptarse a una nueva cultura con el dolor de
tener que dejar atrás las costumbres y hábitos con los que se creció generando
una sensación de traición; las últimas fases son la aceptación de la realidad y
la reconciliación afectiva con lo que se ha dejado atrás y con la nueva
situación.
Hacer que el duelo migratorio sea breve es la meta y para ello
la humildad, la tolerancia y comprensión de la nueva cultura, así como mantener
claro y actualizados los objetivos es primordial; concebir los planes y
propósitos sin rigidez, tan maleables cómo para adaptarse a las circunstancias
sin romperse y sin perder su forma original. Entender que de pronto ya no
es importante donde se nace o donde se creció, se está en un lugar y se forma
parte de él, de su actualidad, de su problemática, ya sea que estemos
integrados a él o no y cómo dice el poema “No te rindas”: no te rindas, aún estás a
tiempo, de alcanzar y comenzar de nuevo, aceptar tus sombras, enterrar tus
miedos, liberar el lastre, retomar el vuelo. No te rindas que la vida es eso,
continuar el viaje, perseguir tus sueños, destrabar el tiempo, correr los
escombros y destapar el cielo.
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