HERIDAS
Los últimos años en Venezuela se ha
vivido una especie de torbellino, un huracán que a unos lanzó muy lejos y a
otros dejó dando vueltas, mareados y sin fijar rumbo.
El Venezolano lleva en sus hombros un
saco de pérdidas que lo sumerge en un duelo del que aún no termina de salir;
poco a poco se fueron perdiendo las ilusiones, la confianza, el estatus social
y económico, la familia, la credibilidad en el Otro, los planes, las normas,
las leyes, los afectos e incluso la esperanza.
La intensidad de éste duelo no depende
de la naturaleza de lo que se perdió sino del valor que cada uno le hayamos
atribuido a lo perdido, por eso es tan individual, tan íntimo, tan diferente
para cada uno de nosotros. Éste como todos los duelos se inició con la negación,
con una especie de aturdimiento, de incredulidad, nos movimos entre
distorsionar un poco la realidad y el engaño total, pero esa realidad nos
confrontó estrellándose en nuestra cara y con el golpe llegó la rabia, la ira,
la indignación por no poder modificar las consecuencias de la pérdida, apareció
el por qué a nosotros y la búsqueda implacable de uno o más culpables incluyéndonos
a nosotros mismos.
El problema con ésta fase del duelo es
que provoca la búsqueda de venganza o retaliación y la no aplicación de la
misma profundiza la rabia creando un círculo vicioso del cual será difícil de
salir evitando avanzar a la resolución del duelo.
La búsqueda de culpables no cuida los
afectos, la necesidad de retaliación por las heridas de la pérdida se puede
llevar por delante vínculos familiares, de pareja, laborales y sociales
aislándonos como ciudadanos de manera que no sería posible la reorganización
como sociedad.
Tantas perdidas nos ha fragmentado y
cada pedazo no reconoce al Otro alimentando la desorganización y la paranoia.
Luego de tanta negación, de tanta ira,
de tanta tristeza, debe llegar la calma, esa calma necesaria para aceptar lo
perdido y acumular fuerzas para rescatar lo que aún queda rescatable,
reconstruir otro tanto e incluso construir algo nuevo, perfeccionando lo que se
llegó a perder.
Es urgente que nos reconozcamos como
parte de un sistema, donde cada elemento está relacionado entre sí, si algo le
pasa al Otro nos afecta a todos. Tenemos que pasar de la fragmentación a la
organización para reconstruir al país y esto pasa por el amor, que es respeto,
justicia, bondad y empatía, entre otras cosas; la práctica de estos valores nos
abrirá la puerta para dar el paso más importante en éste punto de la historia:
la reparación moral del país.
Sólo el amor nos permitirá restaurar y reconstruir,
solo el amor nos permitirá superar nuestras circunstancias con la menor carga
de resentimiento, superar las carencia y las ausencias; para ello debemos de
dejar de concebir al amor como algo cursi y romántico y afrontarlo como una
tarea pendiente que requiere de trabajo y esfuerzo para poner en práctica los
diferentes valores que lo sostienen. Si no lo hacemos la herida será tan grande
que producirá generaciones resentidas.
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