ESPANTANDO LA BARBARIE

 


Quizá uno de los grandes miedos del ser humano es olvidar, ya no poder recordar, y es que el recuerdo nos remite a algo que presuntamente fue y ya no es, pero que puede traerse y aún estar en la conciencia. La pérdida de algo o alguien nos enfrenta con el miedo de olvidar aquello que se tuvo y ya no está. Enfrentar el día a día de ésta Venezuela en crisis es caer en una especie de desconcierto, el caos nos confunde pero nos movemos en él porque sospecho estemos olvidando cómo es una vida normal y cuando digo normal me refiero a aquella regida por la norma.

 

Como sonámbulos transitamos anárquicos, chocando unos contra otros, en un laberinto sin encontrar la salida, porque al desaparecer el sistema tradicional de normas y creencias, que nos daba estructura, que nos contenía, nos dejó incivilizados, nos dejó en la barbarie.

 

Vivir en barbarie nos remite a una convivencia determinada por la “Ley del más fuerte”, lo ganado en protección de las poblaciones más vulnerables (mujeres, niños, ancianos y personas con discapacidad) se pierde y los maltratos toman el control. El escenario se complica más cuando caemos en cuenta que vivir en ésta barbarie se asoma como una especie de expiación, de castigo, de penitencia; escuchar frases como “nos lo merecemos”, “esto somos nosotros”, “esto es nuestra culpa”, habla a favor de una depresión que aplasta la identidad social de cada venezolano.

 

El retorno a la norma, a la civilización, pasa obligatoriamente por el proceso del recuerdo, de traer al presente una forma de convivencia delimitada por la regla que nos acercaba a la posibilidad de perfeccionar aquello que ya teníamos pero también pasa por el duro trabajo de reconstruir a cada venezolano como sujeto social y para ello debemos valorarnos, estimarnos, creer que merecemos algo mejor.

 

El primer paso es detenernos un momento y en un ejercicio muy íntimo mirar hacia atrás y buscar en nuestros recuerdos aquello que fuimos o quisimos ser, aquellas frases que día a día nuestro padres nos repetían en el hogar: “se dice gracias”, “se dice por favor”, “se dice permiso”, “se dice a la orden”, “dele el puesto a la señora”, “se dice buenas tardes”, “comparta con su compañero”; aquello que nos enseñaron en la escuela: “no grite”, “deje hablar a su compañero”, “respete a su compañero”; lo que aprendimos con los amigos: la lealtad, la solidaridad, la camaradería, la comprensión.

 

Por otro lado tenemos como un pendiente reconstruir nuestra identidad, sabernos sujetos merecedores de unas relaciones familiares y de parejas funcionales y satisfactorias, de amistades leales, de vecinos comprometidos, de trabajos placenteros, de un entorno limpio y seguro, de instituciones competentes, sabernos merecedores de ser ciudadanos y desde allí mantener  un examen permanente de cómo vivimos que nos llevará a descubrir la comunidad como parte de nosotros mismo y de nuestros compromisos permitiéndonos erigir una nueva sociedad y de allí renacerá la esperanza, un horizonte de lo posible porque sin ello la vida devendrá en puro conformismo.

 

PD: Hoy escuché a un niño decirle a su mamá: respeta las normas, la mamá le contesta: Ujum;  el niño le exhorta: al menos inténtalo.

 

Sonreí para mis adentros y me dije: aún hay esperanzas.

 

 

 

 

 

 

 

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